El arte contemporáneo suele exhibir formas tan insólitas y paradójicas que pareciera que tuviera el arbitrario propósito de crear desconcierto e incomodidad. Sin embargo no es más que el resultado de las transformaciones históricas por las que ha pasado el arte.
Al arte le sucedió lo mismo que a cualquier acontecimiento cultural -como la democracia, la filosofía, el idioma español, el carnaval, la corbata, el helado, etc-: nació en un determinado lugar y circunstancia, para luego extenderse, multiplicarse y transformarse en algo que sobrepasó su sentido inicialmente restringido y original. Nietzsche, el maestro de las genealogías, ha mostrado como todas nuestras grandes verdades supuestamente universales, han tenido un inicio particular, humilde, casual y a veces arbitrario.
La primera vez que encontramos el término “arte” en la historia de la humanidad, es alrededor del siglo V a. de C. (1), en un lugar llamado Grecia (2), tenía entonces un significado muy restringido, pues se limitaba a definir un saber-hacer, propio de alguien que hoy llamaríamos un artesano calificado, no existía el término “artista”, ni el concepto de “belleza” asociado a esa actividad.
Luego de que este significado de arte permaneciera casi intacto durante la Edad media, en el siglo XV Renacentista sucedería un cambio fundamental, ya que el arte aparecería por primera vez asociado a la idea de belleza y a otros contenidos que hoy conocemos y aceptamos como atributos del arte: representación de la naturaleza en términos de belleza, el artista, el objeto artístico, el caballete, etc. Este propósito mimético-representativo era tan nuevo que el historiador E. Gombrich afirma que, nunca antes se le había ocurrido a ninguna otra cultura tener el curioso propósito en si mismo de pintar la naturaleza con la mayor verosimilitud posible, o buscar la belleza por si misma. Por supuesto, esto excluía todas las manifestaciones estéticas de otras culturas que, como sabemos, tenían el objetivo de cumplir funciones mágicas, religiosas, funerarias, cultuales, ritualistas, etc, es más, en ellas la belleza suele ser un concepto ético mas que estético, identificado mas bien con lo bueno.
Al llegar el siglo XIX, todavía estaba vigente la idea renacentista de arte; en efecto, hasta entonces no se concebía otro arte que no fuera conceptualmente representativo, es decir, occidental. El arte de las colonias de ultramar no hizo más que reproducir, con un estilo superficialmente local, el sentido y los contenidos del arte colonizador.
A principios del siglo XX, surgieron las vanguardias artísticas no solo poniendo en crisis el arte vigente, sino asumiendo como arte, la estética propia de otras culturas, específicamente de África y Oceanía; los artistas vanguardistas cuestionarían además el apelativo de “arte primitivo”, surgido a fines del siglo XIX, el cual tenía entonces dos significados: uno romántico, que quería decir “original y puro”, es el sentido al que se refiere Paul Gauguin cuando decide irse a Tahití a buscar el “paraíso primitivo” después de lamentar la decadencia del arte clásico occidental; el otro significado provenía de la antropología, en tanto resultado de las “culturas primitivas”, por oposición a la civilización, -lo crudo frente a lo cocido, diría Claude Levi-Straus-. Lo cierto es que esta idea definía todo un campo de estudio que el colonialismo del siglo XX necesitaba integrar a sus esferas de dominio (3).
Lo que me interesa señalar son las connotaciones pluriculturales de las propuestas vanguardistas, pues ellas terminarían por formar parte de la naturaleza del arte contemporáneo:
En primer lugar Duchamp y los dadaístas abrieron con sus objetos y actitudes la posibilidad de incorporar al estatus de arte, objetos y manifestaciones estéticas de culturas no occidentales.
Los manifiestos de los expresionistas rechazaron explícitamente la noción de “arte primitivo”, para reivindicarlo simplemente como arte.
Picasso, admirador confeso de la estética africana, introdujo en su obra imágenes de ella. Según el investigador José Jiménez: “El arte negro de África y Oceanía se convirtieron en el soporte fundamental de las vanguardias” (Teoría del arte, p. 172).
En la década de los 60, las vanguardias se agotaron en su intento por encontrar verdades universales para el arte, pero dejaron una gran cantidad de formas, conceptos, y experimentos que los artistas posteriores utilizaron como materia prima del nuevo arte denominado luego como “arte contemporáneo”.
En consecuencia, lo que en otro tiempo era “arte primitivo”, “artesanía” o no era arte, pasó a ser considerado en el ámbito del arte contemporáneo -en tanto escenario de confluencias y pluralidad cultural de superposiciones, collages y mestizajes-, como arte no occidental o simplemente arte.
Mi conclusión es que sólo desde ese espacio históricamente afirmado como espacio pluricultural, propio del arte contemporáneo, se puede hablar pertinentemente del arte en otras culturas, así como cuestionar los antiguos límites entre arte y artesanía. Es solo ahora que los teóricos contemporáneos del arte, pueden coherentemente afirmar que el ritual ancestral –como marco de objetos y prácticas de las culturas originarias- constituye el origen del arte. Es que la verdad, como decía otra vez Nietzsche, no está dada de una vez, sino es algo que se va haciendo.
Afirmar sin aclarar cómo, que el término “arte” es, desde siempre, atributo “natural” de las manifestaciones estéticas de todas las culturas, significa hacer una proyección a-critica de nuestras propias categorías, sobre objetos y formas que tenían sentidos y funciones muy distintos a los que en principio contenía el término “arte”.
(1) Hasta ahora los antropólogos no han logrado encontrar en ninguna otra cultura, un término cuyos contenidos sean equivalentes a los que encierra la palabra “arte”.
(2) El término en griego es tekne, cuyo significado nos llega de la traducción latina medieval ars.
(3) Ver “La cultura primitiva” de E.B. Tylor, 1871.
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