Comentario de Roberto Valcárcel al texto La invención del arte de Ramiro Garavito
Si bien es cierto (es decir: demostrable) que el arte contemporáneo “no es más que el resultado de las transformaciones históricas por las que ha pasado el arte”, creo que es conveniente el distinguir rigurosamente entre arte e historia del arte, entre causa y consecuencia. Efectivamente, eso que llamamos arte contemporáneo se explica y se entiende a través de su orígenes y de su evolución, pero no es igual a sus orígenes ni a sus previos estados evolutivos.
Concuerdo plenamente con Ramiro Garavito cuando indica que los rasgos fundamentales del arte contemporáneo son la reflexión y la cognición.
Los expresionistas europeos reivindicaron el “arte primitivo” simplemente como arte, y J. Jiménez consideró al “arte negro de África y Oceanía como el soporte fundamental de las vanguardias” pero queda aún por preguntarse si tales formas de expresión poseían los rasgos fundamentales de detonador reflexivo o posibilitador cognitivo. Tendríamos que demostrar que tales atributos se evidencian en las expresiones visuales de otros momentos históricos y espacios o ámbitos culturales.
Básicamente lo que el arte occidental hizo (y sigue haciendo) es, entre muchas otras cosas, apropiarse de productos visuales de otras culturas y significarlos como arte, pero la pregunta candente es si esos objetos en su ámbito original, en su contexto propio, poseían o poseen el potencial cognitivo-reflexivo y, más importante aun, si las culturas que los rodean hacen uso de ese potencial, ejercen, practican la cognición y la reflexión a partir de dichos objetos.
Recordemos que en el arte contemporáneo la cognición no está pre-establecida por el artista ni la reflexión pre-determinada por el mismo. Esto significa que el detectar o confirmar cogniciones y reflexiones pre-determinadas (pre-cocinadas) en piezas de culturas no-occidentales no garantiza su status polisémico ni su operatividad en cuanto “arte contemporáneo”. Obras religiosas, políticas, ecológicas, concientizadoras, rescatadoras de tradiciones, etc. que posean un evidente cariz monosémico apelativo y publicitario (por no decir propagandístico) no funcionan como arte contemporáneo.
El valor cognitivo-reflexivo de la obra de arte tiene dos componentes: 1) Que la pieza u objeto permita o provoque dicho proceso y 2) que el perceptor, receptor, observador, destinatario de la pieza no solo sea capaz de reflexionar y cognocer a partir de a obra sino que también, de hecho, lo haga.
Habrá que preguntarse si un precioso keru tiwanacota o una bella talla africana desencadenaban y generaban tal proceso en su contexto original y originario . No olvidemos que la polisemia es condición necesaria para la cognición. Tendríamos que preguntarnos cuál es el grado de polisemia que poseen tales objetos en su propio ámbito cultural y si éste tiene la “masa crítica” para provocar cognición y reflexión. Y no olvidemos que en el arte contemporáneo ni el contenido concreto de la cognición ni la reflexión en sí están pre-determinados por el artista, ya que si así fuese estaríamos hablando de “mensaje”, vale decir: función lingüística apelativa, cosa que no queremos. No se trata en absoluto de meterle cosas en la cabeza al observador.
Cuando Garavito indica que “…lo que en otro tiempo era “arte primitivo”, “artesanía” o no era arte, pasó a ser considerado en el ámbito del arte contemporáneo… como arte no occidental o simplemente arte…” creo que sin querer queriendo, da perfectamente en el clavo: Es el propio arte contemporáneo el que considera (vale decir: significa, da significado de) arte contemporáneo a las expresiones visuales de otras culturas.
No tengo noticia de expresiones visuales de culturas “no-occidentales” cuya finalidad deliberada radique en el logro de la cognición a partir de la polisemia. Sospecho que el rasgo de “contemporáneo”, si se lo asocia al carácter cognitivo-reflexivo, es atributo exclusivo del arte occidental. Nos guste o no.
Después de estar plenamente de acuerdo con las observaciones de Roberto Valcarcel, me quede pensando en una frase suya que dice: “…creo que es conveniente el distinguir rigurosamente entre arte e historia del arte, entre causa y consecuencia.” Entiendo que eso supone que arte es la causa y la historia del arte, la consecuencia.
ResponderEliminarEn principio eso parece evidente por lógico: no puede haber historia de arte si antes de ella no hay arte, pero, a la inversa, ¿Podrá haber arte sin historia del arte?, ¿Qué o quién legitima, le otorga su significado colectivo, a una actividad que se llama así misma “arte”?, ¿No es la historia?. ¿Sabríamos que es el arte sin la historia?, ¿Qué sería del arte sin su historia?, ¿Existiría fuera del presente?, pero ¿El presente no es el resultado del pasado?.
El ser de las cosas, desde que falleció la metafísica, ¿No es acaso es de carácter histórico, lo que significa que no hay, en las cosas del hombre, nada que sea universal o intemporal?. Si las cosas se definen por su significación y no por su ser (pues, como sabemos, sin aquella éste no deja de ser una cosa), el significado del arte, cambiante y variado, es resultado de la historia, (hay que tomar en cuenta que la historia no es una relación de hechos como se creía ingenuamente, sino mas bien una relación de significantes).
Por tanto, entre arte e historia del arte, ¿No hay una relación intrínsecamente reciproca?. No obstante, después de todo, creo como Wittgenstein, que los problemas de la filosofía, y este es uno de ellos, son más bien problemas generados por el lenguaje y el carácter tautológico de su lógica, pero podemos seguir jugando si alguien quiere.