El arte por cierto no sólo varía sustancialmente de región a región en su emergencia, sino que lo hace también de siglo a siglo, antes y después de Jesucristo, y lo hace antes y sigue haciendo después de Cristobal Colón. Sin embargo, hemos identificado las raíces del arte occidental en Sudamérica en su función como parte del aparato ideológico: A sus inicios, como parte de la maquinaria de producción socio-económica bajo Felipe II hemos visto que el arte cargaba una función de regulación social deliberadamente represiva, al igual como lo hacían la m'ita--el tributo forzado a la corona para promover a la población indigena al estatus legal de "seres humanos"--y los hospitales, que eran en ese entonces mas bien casas de reclusión de tales "humanos" que carecían de disposición laboral por razones de salud.
Y aún en el siglo XIX, ya con el liberalismo y la república en Bolivia (y en otros paises alrededor del globo), el arte mantiene una función de (re)producción ideológica, y así mismo el arte oficial republicano mantiene su caracter occidental. Con la independencia, el arte pues se convierte sobre todo en un instrumento para la internalización de ideología y de reproducción de la moral republicana con sus respectivos carteles militares y museos. Al mismo tiempo, la pintura representa a la cultura republicana, y representa la identidad nacional en heróicos cuadros épicos e historicistas. La identificación nacional, "nuestra identidad" como dicen en todos los países sacando pecho, se convierte en dogma, prometiendo libertad, igualdad y prosperidad. Sin embargo, este dogma afirma estrechamente la dominación ideológica por las clases adineradas que sostienen la hegemonía cultural. En ese sentido, la emergente cultura republicana en Bolivia sigue perfectamente el canon de tecnologías de adoctrinación y de representación de las naciones europeas, y en ese sentido técnico, apenas desarrolla una lógica particular. Mas bien se suma a una lógica de gobierno, dentro de un específico contexto histórico a nivel global: el Estado-nación moderno.
Para analizar la identidad propia de alguna formación social o nacional, es fundamental analizar cómo estas tecnologías de gobierno actuan sobre las condiciones locales. Uno de los ideólogos más destacados de los comienzos del MNR, Carlos Montenegro, en su famoso libro "Nacionalismo y Coloniaje" (1944), demuestra que precisamente la historia política Boliviana es una historia muy particular y conflictiva, y que la condición colonial persiste aún en tiempos de la República. Uno de los grandes logros de Montenegro es el de analizar la función del periodismo para la formación ideológica y del imaginario colectivo en Bolivia. Comenzando antes de la independencia a finales del siglo XVIII, con la sublevación bajo Tupac Katari, hasta la mitad del siglo XX, "Nacionalismo y Coloniaje" propone interpelar el uso de las tecnologías de gobierno modernas, en este caso la prensa o instituciones para la circulación de informaciones, para subvertir el mismo orden de los medios de difusión ideológica. La de-colonización para Montenegro comienza con la propia desarticulación del aparato ideológico colonial, haciendo recién así visible e inteligible a dicho aparato en su funcionamiento técnico y en su función política.
Contrariamente a las opiniones reaccionarias que han tratado de instrumentalizar el discurso sobre la identidad nacional en las últimas decadas del siglo XX y a comienzos del siglo XXI, el concepto de Identidad -en un análisis como el de Montenegro- obtiene su importancia como construcción política, como construcción estratégica, incluso como construcción mediática, y no como reclamación nostálgica o imposición esencialista. Para resaltar el carácter constructivista de su discurso, Montenegro nombra sus capítulos siguiendo géneros de la literatura, epopeya, comedia, drama, novela, y así sitúa la construcción histórica en relación directa a la composición artística.
Aún queda pendiente un análisis extenso de las prácticas artisticas en Bolivia que hayan logrado por su parte de-colonizar el aparato ideológico hegemonial. Sin embargo, despues del 52, Bolivia ha generado una gran heterogeneidad de artistas, escritores y pensadores que nos ofrecen las herramientas precisas para un proyecto semejante: René Zavaleta, Jorge Sanjinés, Teresa Gisbert, Roberto Choque o María Galindo por sólo nombrar algunos. Lo que falta es la disposición, o más bien el reconocimiento social, de pensar el arte no como vehículo para la representación de alguna identidad propia u otra, sino de valorar las prácticas artisticas que logren revelar la construcción ideológica de lo propio bajo las especificas condiciones sociales, políticas y económicas que marcan nuestro pasado y presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario