lunes, 21 de marzo de 2011

La posibilidad de lo político en el arte contemporáneo - Ramiro Garavito

Hace poco, dos jóvenes curadores chilenos de visita en Cochabamba para concretar un proyecto artístico de integración andina, me comentaban con sorpresa acerca de las escasas intenciones de los artistas bolivianos de aludir a la política, mas aún cuando Bolivia es un país que se caracteriza por “importantes experiencias políticas”. En Chile, añadían, no es concebible un arte contemporáneo que no tenga alusiones políticas, es que si un arte no es contextual, entonces no puede llamarse contemporáneo, y un contexto, de un modo u otro, es político.

De acuerdo con ellos, agregué que en Bolivia se tienen que hacer convocatorias temáticas para invitar a los artistas a pensar desde la política (“Políticamente incorrecto”, exposición colectiva realizada en 2008 en la galería El Kiosko de Santa Cruz y curada por R. Schwartz y R. Rada; y “Contextos” exposición colectiva que reunió a veinte artistas del país, realizada en 2009 en el Centro Patiño de Cochabamba, curada por R. Garavito y R. Rada).

Sin embargo, no creo que sea el propósito de buscar la belleza ni el pensar que el arte es universal –y que está por encima de las vicisitudes y mezquindades políticas o económicas-, lo que hace que el arte contemporáneo boliviano no busque aludir a lo político; tampoco creo que sea esa permanente cercanía “obscena” de lo político o su fugaz inmediatez en la coyuntura; supongo que es mas bien una cierta percepción de la política, entendida como actividad partidista o doctrinal, muchas veces inescrupulosa, y cuyo objetivo es el ejercicio del poder. Lo político, entonces, no parece ser entendido desde una de sus acepciones que afirma ser el conjunto de los asuntos públicos, es decir, el contexto de urdimbre en el que toda la vida pública esta entrelazada, incluido el poder y su inevitable y diversa ubicuidad.

Heredero directo de las vanguardias artísticas, al arte contemporáneo le son inherentes el carácter reflexivo de su actividad y el contexto – cultural, social, político- como su objeto. Por tanto, el arte es un lugar de resignificación, de reconstrucción, de invención, más que de representación o reiteración de la realidad, donde la creación artística es simultáneamente creación política, pero no de un modo en el que el panfleto, la militancia partidaria, la publicidad, la industria, o el sistema de consumo lo preferirían.

La dificultad de referirse artísticamente –es decir, reflexiva y cognitivamente- a la realidad política, es decir, al conjunto de los asuntos públicos atravesados por el poder, está en que ella no es una realidad ontológica o un fenómeno que está al frente de uno, sino es algo que concierne siempre a nuestra existencia, sea esta social, cultural, etc., lo cual, como en la física cuántica, interfiere ineludiblemente en nuestra percepción, no diremos “nuestra objetividad” porque según la misma física, esta no existe, mucho menos en el ámbito del arte.

En efecto, no podemos confiar en nuestro pensamiento inmediato ya que éste forma parte de la realidad establecida, por eso se trata de investigar, no al modo de las disciplinas académicas o bajo un discurso lógico, sino desde tácticas de percepción distintas; desde dispositivos cognitivos marginales como la metáfora, la deconstrucción, la superposición, el experimento, etc, e inscribirlos en los márgenes de los códigos formales establecidos, a riesgo de asumir el hermetismo que suele acompañar al arte. El objetivo es insertar, insidiosa y efectivamente, esos dispositivos cognitivos en la superficie aparentemente plana de la realidad, para detonarla y mostrarla compleja.

Un ejemplo de esa complejidad: si hacer arte político es cuestionar el poder, en tiempos de dictadura la respuesta es simple; las cosas conviene colocarlas en blanco y negro; el poder pretende estar acumulado en un solo lugar, solo queda el recurso legitimo de oponerse a su arbitrariedad unidimensional, no importa como. Pero en tiempos de democracia como en los que vivimos, el poder, en tanto acto de dominación, esta disperso por naturaleza, no existe el blanco y negro sino los múltiples matices de la complejidad; el poder está en el gobierno que busca ejercerlo sustentado en el voto de sus electores; está en las grandes corporaciones económicas, sustentado por el capital; está en los medios de comunicación privados -ligado al poder del capital-, sostenido en su capacidad para construir la realidad utilizando la información interpretada; está en la iglesia católica, apoyado sobre la tradición y sus fieles temerosos de la posibilidad de un Dios castigador; en fin, está en los movimientos sociales; está en el individuo que dirige un club de futbol. El filósofo Foucault afirma que no hay playas de libertad frente al poder, todos reproducimos su estructura de dominación. Todos constituyen la urdimbre del contexto.

En ese sentido, la “verdad” de ese contexto no está en lo que vemos, oímos o leemos cotidianamente, sino en nuestra capacidad para complejizar lo simple y lo obvio: reflexionar informaciones multirreferenciales y resignificarlas.

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