lunes, 2 de mayo de 2011

El arte contemporáneo como práctica reflexiva - Ramiro Garavito

Si hay algo que marca con claridad la diferencia entre el arte del pasado y el arte actual es la preponderancia que tiene en éste la reflexión y sus consecuencias en tanto resignificación de la realidad, en tanto actividad cognitiva.

En este sentido, lo más importante en la práctica artística contemporánea no es buscar la belleza, ni tener la habilidad o el oficio para representar la naturaleza con verosimilitud, o los colores para aplicarlos correctamente, tampoco es la imagen, el objeto o el cuerpo como tales; lo que importa es el manejo y la producción de ideas a partir de reflexionar sobre la realidad cotidiana y cultural. Por supuesto, en artes visuales los artistas suelen tener la necesidad de hacer visibles sus ideas, del mismo modo que los arquitectos necesitan realizar sus ideas; ambos recurren a formas, medios materiales y humanos con ese propósito; ambos, en última instancia manejan fundamentalmente ideas, conceptos y otros recursos de carácter intelectual. Conceptos artísticos del pasado como “belleza”, “oficio”, “pintura”, etc, solo son importantes y pertinentes si están conectados dependientes y orgánicamente con la idea.

Esta característica del arte contemporáneo como actividad esencialmente reflexiva, no es el producto de un manifiesto o tendencia artística y menos de un “estilo” determinado, sino de algo menos circunstancial.

El arte contemporáneo, a falta de una ontología que constituya su ser, su “artisticidad” específica, sus atributos y atribuciones “propias”, tiene a la historia como el único lugar de su verdad, por tanto, una verdad fenoménica, plural, no acabada, que se va haciendo permanentemente en el curso de emergencias contextuales. En efecto, es la historia, y no “el origen del arte”, lo que determina su naturaleza y sus posibilidades.

Tres momentos históricos, al menos, conforman esa naturaleza reflexiva del arte contemporáneo: Las Vanguardias Artísticas, Marcel Duchamp y el Arte Conceptual. Si bien estas instancias fundantes tuvieron un desarrollo posterior plural y diverso, no obstante, se fue consolidando la idea del artista como creador y productor de significados; como teórico, incluso antes de producir una obra:

A principios del siglo XX, los artistas de las Vanguardias Artísticas fueron los primeros en plantear como actividad artística la necesidad de reflexionar acerca del arte, de su naturaleza y de su significado en la sociedad, pero también acerca de los conceptos artísticos del pasado y sobre todo acerca de medios de producción del arte; así reflexionaron sobre el color, la forma, la representación, la imagen, la realidad, etc; precisamente son estas reflexiones las que dieron lugar a cada uno de sus manifiestos y sus correspondientes prácticas artísticas. Las Vanguardias Artísticas constituyen en general, la autoconciencia del arte, es decir, el momento reflexivo por excelencia.

Entre 1913 y 1920, Marcel Duchamp, en un acto fundamental de reflexión, propuso como obras artísticas, algunos objetos ya fabricados, llamados por él mismo ready-mades*; estos, definidos adecuadamente por el escritor y fundador del surrealismo, A. Bretón, como “objetos manufacturados promovidos a la dignidad de objetos de arte por la elección del artista”, plantean el carácter determinante de la idea sobre lo material y el proceso de producción de imágenes; significa también, entre otras consecuencias, la valoración conceptual, sobre lo sensible u ornamental de la obra de arte.

A mediados de los años 60, surge el Arte Conceptual, como un resultado, según uno de sus fundadores, Joseph Kosuth, del examen de la propia naturaleza del arte. En él se cuestiona la naturaleza objetual y visual de la obra de arte para revalorizar la idea reflexiva, el análisis, la teoría. Acuñado en 1963 por el artista Fluxus, Henry Flynt, el concep art, definía un arte “cuyo material son los conceptos, como por ejemplo, el material en música son los sonidos.” Sol Le Witt, otro de los creadores del arte conceptual afirmaba en 1969, que el arte debía dirigirse más a la mente del espectador que a su mirada, defendiendo la idea del concepto en tanto que arte, y aclarando que “el concepto y la idea son diferentes. El primero implica una dirección mientras que el segundo es su componente. Las ideas realizan el concepto.”

Cabe aclarar que para un arte cuyo punto de partida es la reflexión sobre la realidad, el lenguaje, escrito o no, la pintura, el video o la instalación, son solo estrategias, bisagras coyunturales para la imagen, porque lo que finalmente importa es la resignificación semántica de la realidad; el público piensa la obra y con ello se apropia de ella, lo cual en esencia, cuestiona el consumismo fundamentalista y totalitario del capitalismo, pues ciertamente hace innecesaria la comercialización de la propiedad del objeto.

*Ver obras como: Rueda de bicicleta, Farmacia, Secador de botellas, Fuente.

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